miércoles, 28 de enero de 2009

El mundo de Sofía (Jostein Gaarder)

El Jardín del Edén

[...]
¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse alguna vez?
En el camino de gravilla Sofia se quedó pensando. Inten­tó pensar intensamente en que existía para de esa forma olvi­darse de que no se quedaría aquí para siempre. Pero resultó imposible. En cuanto se concentraba en el hecho de que exis­tía, inmediatamente surgía la idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando había conseguido tener una fuerte sensación de que un día desaparecería del todo, entendía real­mente lo enormemente valiosa que es la vida. Era como la cara y la cruz de una moneda, una moneda a la que daba vueltas cons­tantemente. Cuanto más grande y nítida se veía una de las caras, mayor y más nítida se veía también la otra. La vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto.
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la sensación de tener que morir, pensó. De la misma manera, resulta igualmente imposible pensar que uno va a morir, sin pensar al mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.

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